Christian Thielemann optó por el control y la calidad frente a la fantasía en su debut al frente del Concierto de Año Nuevo
PABLO L. RODRÍGUEZ
Zaragoza – 01 ENE 2019 – 20:23 CET
Christian Thielemann al frente de la Filarmónica de Viena durante el Concierto de Año Nuevo.
RONALD ZAK (GTRES)
Todas las biografías de Christian Thielemann (Berlín, 1959) relatan un curioso fracaso en su trayectoria. Tuvo lugar en 1985, durante el Concurso Karajan para jóvenes directores, cuando resultó descalificado por no pasar de los primeros compases del preludio de Tristán e Isolda, de Wagner, tras veinte minutos de trabajo con la orquesta. Los demás contendientes, en ese espacio de tiempo, habían ensayado e incluso tocado la obra, pero el berlinés quería bucear más profundamente en la partitura y encontrar sus propios tesoros. Eso mismo ha hecho en su debut en el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena. Pero si lo acontecido hace más de treinta años marcó el arranque de uno de los mejores wagnerianos del presente, lo sucedido este martes 1 de enero en Viena no pasará a la historia.
Así te hemos comentado el Concierto de Año Nuevo en directo
La relación de Thielemann con la Filarmónica de Viena, dentro de su serie de conciertos en el Musikverein, se inició en octubre de 2000. Dirigió entonces un memorable concierto con la Sinfonía alpina y la suite de la ópera El caballero de la rosa, de Richard Strauss, es decir, el compositor alemán que nada tiene que ver con la dinastía austríaca del mismo apellido que protagoniza el Concierto de Año Nuevo. Thielemann relató a Kläre Warnecke su experiencia dentro de su biografía de 2003 (Henschel): “Fue amor a primera vista con la Filarmónica de Viena. Pensé que sería una orquesta difícil y me sorprendió gratamente lo extremadamente educada, amigable y abierta que era”. El sensacional resultado puede escucharse en un CD publicado por Deutsche Grammophon. Pero una cosa es el Strauss bávaro y otra bien diferente la saga vienesa. Y Thielemann aplica con ellos el mismo patrón de refinamiento sonoro y visión global de cada obra, por encima de los detalles autóctonos que marcan siempre la diferencia.
RONALD ZAK (GTRES)
El berlinés inició la primera parte marcando el terreno con mucho temple. Pero la Filarmónica de Viena brilló hasta en una marcha de aire pomposo escrita por un músico rival de los Strauss y especializado en bandas, como Karl Michael Ziehrer. Siguió la primera prueba de fuego del concierto, el vals Transacciones, de Josef Strauss, donde se pretendía conmemorar el siglo y medio de relaciones diplomáticas austro-japonesas, y el berlinés sacó a relucir su paleta de colores y dinámicas, pero también asomó su rigidez prusiana. Todo mejoró en la mendelssohniana pieza de carácter titulada Corro de elfos, de Josef Hellmesberger hijo, y lució encanto y precisión en la polca rápida Exprés, de Johann hijo, que era novedad en el Concierto de Año Nuevo. Las cartas se volvieron en la introducción del vals Estampas del mar del Norte, del mismo compositor. La exquisitez no se tradujo en magia. Y pasaron delante de nuestros ojos unas evocaciones elegantes y naturalistas (como esa tormenta que sonó a El holandés errante wagneriano), pero el vals no terminó de despegar y sonó con poco sabor. Thielemann imponía el acento prusiano sobre la natural y fluida pronunciación vienesa del vals. La primera parte se cerró con un digno homenaje al menos habitual de los Strauss, Eduard, y una de sus mejores polcas rápidas, Con franqueo extra, que corrió como la electricidad por las secciones de la orquesta vienesa.
Y ANDRIS NELSONS EN 2020
El letón Andris Nelsons dirigirá, con 41 años, su primer Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena en 2020. El actual titular de la Sinfónica de Boston y la de Gewandhaus de Leipzig mantiene, desde hace años, una estrecha relación con la Filarmónica de Viena. Y está grabando con ellos una la integral de las sinfonías de Beethoven para DG. Conjuga talento, entusiasmo, humildad y entrega sin límites sobre el podio,como ha demostrado en su última visita española, con sensacionales versiones de sinfonías de Brahms y Chaikovski.
La segunda parte siguió el mismo recorrido. En la obertura de la opereta El barón gitano, de Johann Strauss hijo, Thielemann hizo gala de oficio como director operístico. Y funcionó idealmente esa fusión entre lo rapsódico húngaro y la elegancia vienesa, pero el vals no terminó de ascender. El berlinés controlaba con precisión cada detalle de las polcas, como la francesa La bailarina, de Josef Strauss, o La bayadera, de su hermano Johann, incluida en su opereta Índigo y los cuarenta ladrones. Pero los valses seguían el trazo de un poema sinfónico, tal como demostró en el famoso Vida de artista, de Johann hijo. Aquí pudo verse la primera de las dos escenas pregrabadas de ballet, con coreografía de Andrei Kaidanovski y vestuario de Arthur Arbesser, como homenaje al 150º aniversario de la Ópera Estatal de Viena. Ambos insuflaron aires de modernidad y frescura visual, como también hizo Henning Kasten con su excelente realización televisiva. Lo mejor volvieron a ser las polcas, con una deliciosa versión de la francesa Tarde en la ópera, de Eduard Strauss, que era también novedad en el Concierto de Año Nuevo.
Una versión brillante pero sin fantasía
El referido homenaje al aniversario del teatro de la Ringstrasse vienesa se centró en dos obras instrumentales de la única ópera que Johann Strauss hijo estrenó allí, precisamente un 1 de enero de 1892: Caballero Pásmán, un título insulso que hoy se recuerda, especialmente, por su magnífico ballet. Sonó el Vals de Eva, otra novedad en esta edición, seguido de la sensacional zarda del ballet. Thielemann dirigió una versión brillante, pero sin un ápice de fantasía; muy lejos de ese hito que fue Carlos Kleiber, en 1989. Otra vez la escena pregrabada de ballet volvió a ganar la partida a la música con una magnífica coreografía y vestuario en el bello Castillo Grafenegg. La Marcha egípcia, de Johann Strauss hijo, incluyó la única concesión lúdica de todo el concierto, a pesar de que el canturreo de la orquesta venga indicado en la partitura. Y el estilo prusiano de los valses de Thielemann llegó al extremo con el Vals entreacto, de Hellmesberger hijo.
Una cosa es el Strauss bávaro y otra bien diferente la saga vienesa
La polca mazurca Elogio de las mujeres, de Johann hijo, fue quizá lo mejor de todo el concierto, junto al vals Música de las esferas, de Josef Strauss, con ese perfume del Tannhäuser wagneriano. Thielemann volvió a un trazo global de poema sinfónico, pero sin atender a las sutilezas del vals vienés que representaron en esta misma sala Karajan o Kleiber en sus Conciertos de Año Nuevo de 1987 y 1992. La relación del berlinés con la orquesta vienesa fue ciertamente inmejorable. Lo demostró haciendo levantar a varios músicos al final de las obras programadas. Entre ellos más mujeres que nunca, y en puestos destacados, como la violinista búlgara Albena Danailova, la flautista italiana Silvia Careddu y la fagotista francesa Sophie Dervaux.
Las propinas arrancaron este año con la polca rápida Deprisa y corriendo, también de la opereta Índigo y los cuarenta ladrones, de Johann hijo, con otra brillante versión de Thielemann. Tras la felicitación del año, el concierto se cerró con las dos composiciones de rigor: el vals El bello Danubio azul, de Johann Strauss hijo, otro poema sinfónico en manos del berlinés, y una curiosa versión de la palmeada Marcha Radetzky, donde Thielemann lució su poder de sugestión con el público, al que indicó todo tipo de dinámicas, como si fuera parte de la orquesta. El documental del intermedio, de Felix Breisach , se dedicó al referido aniversario de la Ópera vienesa y terminó con una versión excepcional de los valses de El caballero de la rosa, pero en un arreglo para violín y piano, que tocó magistralmente el concertino de la orquesta vienesa Volkhard Steude. Fue la prueba fehaciente de que el Strauss alemán sí funciona a la vienesa.
PABLO L. RODRÍGUEZ